Ha sido mencionado
en un capítulo anterior que desde el mes de febrero la campaña submarina había
sido llevada a cabo virtualmente sin restricciones en las aguas en torno a Inglaterra
que habían sido declaradas como zona de guerra. Hacia finales del verano, en
cualquier caso, solamente había
satisfecho una limitada parte de las esperanzas depositadas en sus resultados.
En verdad, mucho daño fue infligido a
Inglaterra, pero estaba lejos de tener influencia perceptible sobre las
operaciones bélicas del enemigo. En vista de la conducta de las tripulaciones
de los submarinos, que eran heroicas y sacrificadas más allá de toda alabanza,
la razón de esta limitación se debía al hecho de que no había suficientes
unidades disponibles. Mucho tiempo y
trabajo se requería para superar esta escasez. La marina, a pesar de su bien
conocido, y con frecuencia excesivo, optimismo no esperaba que este objetivo pudiera
ser alcanzado antes de la primavera de 1916. Esta circunstancia de nuevo
constituye una seria advertencia contra el peligro tan frecuentemente mantenido
por los civiles, que no tenían responsabilidad personal, que uno puede confiar
en la guerra simplemente en nuevas construcciones. También muestra claramente
que un error desastroso fue cometido en Alemania antes de la guerra prefiriendo la construcción de acorazados al desarrollo de los submarinos, la
verdadera arma del poder naval más débil. Pero esta no era la única derivada
que la campaña submarina nos había traído serias preocupaciones.
América
había al principio buscado obtener la suspensión de la campaña proponiendo que
Alemania le daría término si Inglaterra consintiese permitir en el futuro el
paso a Alemania de alimentos destinados exclusivamente para la población civil
no beligerante de Alemania, y acordando que no sería desviada a propósitos
militares. América estaba dispuesta a garantizar esto llevando estrictas
medidas de supervisión en Alemania.
Aunque había
muy serias objeciones a semejante interferencia en la vida interna del país,
nuestro gobierno aceptó la propuesta inmediatamente. Era bastante adecuado que
así lo hiciera, puesto que su ejecución habría aparejado relaciones muy
cercanas con América, de las cuales se podrían haber esperado grandes
resultados. Inglaterra, por el contrario, rehusó, como se podía presuponer dado
su punto de vista. Lo que la insistencia de los ingleses en esta política costó
al pueblo alemán y que tremenda influencia tuvo en el resultado de la guerra, es
ahora un tema de historia. Que contradijera los principios primordiales, tanto
de la ley internacional y de la humanidad, no causó ansiedad a los ingleses,
quienes nunca han estado influenciados por semejantes consideraciones cuando su
propia ventaja estaba en cuestión.
Ni siquiera
se contentó Inglaterra con el mero rechazo. En marzo publicó una Orden
condenando todo lo de origen alemán en los mares. Esta Orden fue más lejos de
las previsiones necesarias para un bloqueo efectivo, aunque no hubiera siquiera
sido declarado, y atropellaba completamente los derechos de los neutrales.
América, con
todo, adoptó una fuerte actitud de objeción, no a las medidas inglesas, sino a
las de Alemania, que eran meramente medidas de defensa contra las rupturas
abiertas de la ley internacional. Inglaterra estaba en posición, ya no
meramente de rechazar las protestas, sino incluso dejarlas sin respuesta. La
nota, por tanto, que América dirigió a Alemania concerniente al torpedeamiento
sin advertencia de un vapor americano ( el “Lusitania” ) aludía veladamente a
una declaración de guerra. Tras esta nota, nosotros no podíamos albergar
ninguna esperanza de que América preservaría siquiera formalmente la apariencia
de neutralidad, y tuvimos que considerar que procedería a hostilidades abiertas
si había una repetición de casos semejantes al “Lusitania”. Como casos
semejantes sucederían en breve si la campaña continuaba en su formato
existente, Alemania tuvo que enfrentarse a la elección entre continuar la
campaña al precio de traer a América a las filas de sus enemigos por un lado o
la restricción de las operaciones y el precario mantenimiento de la paz con
América por el otro.
Si América
se hubiera incorporado a la Entente en este periodo de la guerra, nos hubiera
costado inmediatamente el apoyo de Bulgaria. Los líderes en Sofía con
quienes habíamos negociado por entonces nunca habrían firmado una cuerdo con
nosotros si América se hubiera unido abiertamente a nuestros enemigos. Pero a
menos que Alemania ganara el apoyo de Bulgaria, sería imposible guardar permanentemente los
Dardanelos cerrados y a Rusia aislada.
La campaña
submarina, con sus resultados relativamente pequeños por el momento, no
compensaba el precio, y por consiguiente tuvo que suspenderse en el formato
empleando hasta entonces hasta nuevo aviso. Solamente podía continuar en la forma
de estilo crucero, es decir, que ningún navío comercial podía ser hundido hasta
que hubiera sido detenido y examinado.
FUENTE: "EL ALTO MANDO ALEMÁN Y SUS DECISIONES 1914-16" Erich von Falkenahyn, 1920