“ De acuerdo
con un plan concebido hacía ya mucho tiempo, el golpe principal había de darse
en la dirección de Lvov ( Lemberg ) con las fuerzas del frente suroccidental ;
a los frentes del norte y occidental se les asignaban objetivos de carácter
auxiliar. La ofensiva se iniciaría simultáneamente en todos los frentes. Pronto
se vio que la realización de este plan excedía de las fuerzas disponibles. En
vista de esto se decidió poner en juego a los frentes uno tras otro, empezando
por los secundarios. Pero resultó que esto no era factible . “Entonces el mando
supremo ( dice Denikin ) decidió renunciar a todo el sistema estratégico y se
vio obligado a ceder a los propios frentes la iniciativa, autorizándoles para
que empezasen las operaciones por su cuenta, a medida que estuviesen
preparados” (…) Kerensky recorría los frentes, imprecaba, imploraba, bendecía.
La ofensiva se inició el 16 de junio ( 29 de junio ) en el frente suroccidental;
el 8 en el septentrional; el 9 en el de Rumania. La entrada en batalla,
ficticia en realidad, de los tres últimos frentes coincidió ya con el
principio del derrumbamiento del frente principal, es decir, del
suroccidental.
Kerensky
comunicó al gobierno provisional: “ Hoy es un día de gran júbilo para la
revolución. El 18 de junio ( 1 de julio ), el ejército revolucionario ruso ha
pasado a la ofensiva con inmenso entusiasmo”. “ Se ha producido el acontecimiento
anhelado durante tanto tiempo ( decía el periódico kadete Riech ) y que ha
hecho que la revolución rusa retornara a sus mejores días”(…)
Ahora todo
dependía del resultado de la ofensiva, es decir, de los soldados de las
trincheras ¿ que cambios determinó la ofensiva en la conciencia de los que
tenían que llevarla a cabo? Los soldados anhelaban, de un modo irresistible, la
paz. Sin embargo los dirigentes consiguieron durante algún tiempo hasta cierto
punto o, por lo menos, lo consiguieron de una parte de los soldados, convertir
este anhelo en una buena disposición para la ofensiva (…) de hecho en frente
reinaba en aquel entonces un estado de armisticio, del cual se aprovechaban los
alemanes para distraer enormes esfuerzos y mandarlos a los frentes occidentales.
Los soldados rusos veían como quedaban vacías las trincheras enemigas, como se
retiraban las ametralladoras, como se desmontaban los cañones. Partiendo de
esta base se formó el plan de preparación moral de la ofensiva. Se infundió
sistemáticamente a los soldados la idea de que el enemigo estaba completamente
debilitado , de que no tenía fuerzas, de que en Occidente se veía
arrollado por los Estados Unidos y de que bastaba con que Rusia diese un
empujón para que el frente alemán se desmoronase y obtuviéramos la paz. Los
dirigentes no creían en esto ni por asomo pero confiaban en que una vez metida
la mano en la máquina de la guerra, el ejército no podría sacarla tan
fácilmente (…) Y efectivamente, en un principio, el enemigo se reveló extraordinariamente
débil y se retiraba sin dar batalla, que, por su parte, los atacantes no
hubieran tampoco librar. Pero el enemigo no se dispersaba, sino que, por el
contrario, se agrupaba y se concentraba. Cuando había vanzado veinte o treinta
kilómetros, los soldados rusos presenciaron un espectáculo que conocían harto
bien por su experiencia de los años precedentes: el enemigo los esperaba
atrincherado en nuevas posiciones reforzadas. Y entonces fue cuando se puso de
manifiesto que, si bien los soldados estaban aún dispuestos a dar un empujón
para conseguir la paz, no querían tener
absolutamente nada ya que ver con
al guerra. Arrastrados a ella por la fuerza, por la presión moral, y sobre todo
por el engaño, viraron en redondo indignados.
“Después de
una preparación artillera nunca vista por su intensidad por lo que a los rusos
se refiere ( dice el historiador ruso de la guerra mundial general
Sajonchokovski ) las tropas ocuparon casi sin pérdidas las posiciones enemigas
y se negaron a ir más allá. Se inició una deserción en masa. Regimientos
enteros abandonaban las posiciones”
FUENTE: " LA REVOLUCIÓN RUSA" DE LEÓN BRONSTEIN ( ALIAS TROTSKI ), CAPÍTULO XIX PAG. 300-302