domingo, 6 de abril de 2014

TESTIMONIOS DE LA LUCHA EN LAS TRINCHERAS



No clarificado en la obra si es testimonio anónimo o atribuible al Capitán Delvert, del regimiento 101 de infantería:
“A las 16 horas cesan los tiros de los alemanes. Es el ataque. A 200 metros vemos salir de la tierra a un oficial alemán con el sable desenvainado, seguido de la tropa en columnas de  cuatro, arma al hombro. Se diría un desfile del 14 de julio. Nos quedamos estupefactos y, sin duda, el enemigo contaba con este efecto de sorpresa, pero al cabo de unos segundos recobramos el ánimo y nos ponemos a tirar como endiablados; nuestras ametralladoras constantemente despiertas nos sostienen. El oficial alemán acaba de morir a 50 metros de nuestras líneas con el brazo derecho extendido en dirección a nosotros, y sus hombres caen y se amontonan detrás de él. Es inimaginable”


Gustavo Heger, del 28º regimiento de infantería:

“Desentierro a un poilu de la 270, más fácil de sacar. Hay todavía varios enterrados que gritan; los alemanes deben oírles porque nos abrasan desde cubierto con sus ametralladoras. No es posible trabajar de pie y por un momento tengo casi ganas de marcharme, pero la verdad es que no puedo dejar así a los camaradas…Intento desprender al viejo Mazé, que sigue gritando; pero cuanta más tierra quito, más se hunde; lo desentierro por fin hasta el pecho y puede respirar un poco mejor; me voy entonces a socorrer a un hombre de la 270 que grita también, pero más débilmente , y consigo liberarle la cabeza hasta el cuello, mientras llora y me suplica que no le deje allí. Deben quedar otros dos, pero no se oye nada y vuelvo a cavar  para despejarles la cabeza. Me doy cuenta entonces de que los dos están muertos. Me tumbo un poco porque estoy agotado; el bombardeo continua “

Raymond Naegelen 

" A lo largo de todo el frente de la colina de Souanin yacen, desde septiembre de 1915, los soldados barridos por las ametralladoras, extendidos cara a tierra y alineados comos si estuviesen en plena maniobra. La lluvia cae sobre ellos inexorable, y las balas siguen rompiendo sus huesos blanqueados. Una noche Jacques, que iba de patrulla, ha visto huir a las ratas engordadas con carne humana. Latiéndole el corazón, se arrastraba hacia un muerto cuyo casco había rodado; el hombre mostraba su cabeza vacía de carne en una mueca siniestra, desnudo el cráneo, devorados los ojos. La dentadura suelta se había desizado sobre la camisa podrida y de la boca abierta saltó una bestia inmunda."

FUENTE: Testimonios recopilados en "La Gran Guerra 1914-1918" de Marc Ferro, Madrid 1970

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